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Mujer (poesía)




Te has aseado y, silenciosa, te has presentado en la sala
Como una esfera de luz y de perfumes que todo lo alcanza.
No puedo evitarte;
Mis enormes deseos arremolinan mi conciencia
Y me obligan a mirarte y sudo y me agito.
Pero ¡ay de mí si alguien se entera! Mi naturaleza tuerce hacia ese lado.
Y te observo, tan dulce, ingenua; tan tierna, hembra
Con tanta piel por sudar bajo la mía…
Y te observo embelesarte con tu cuerpo, y pienso,
Y mi pensamiento es como fuego y agonía.
Te colocas de costado sobre el acolchado banquillo,
Haces poses, te sonríes, no sospechas que te estoy mirando.
Y ahora, ¡píntate!, sí. Píntate los labios para mí, color rojo intenso,
como las amapolas del jardín, como el cielo del atardecer en verano.
Claro, así, despacio mujer hermosa,
para no salirte de la perfecta línea de tus labios de pétalos.
Yo te observo en silencio y sufro la condena de la ansiedad que me atormenta.
Mientras dibujo en tu espalda la caricia que aún no te he dado,
dejo al desnudo tu piel de damasco sólo con mi mirada
y arropo el deseo del terciopelo de tus abrazos.
Arqueada está tu espalda, en perfectas curvas se tuerce tu cuello,
Cae la seda, y deja expuestos tus magníficos hombros;
y tus pies en punta, ¡ay!, no sabes lo bien que te sienta eso.
Ya puedo llamarte “amor mío”, porque hasta eso has logrado.
Espero, ansío, desespero
por una mirada de tus ojos ingenuos
y un parpadeo reflejado para mí en el espejo.
Cuánto miedo, cuánto temblor hay en mi cuerpo.
Me someto a la esclavitud de este sentimiento,
A la tortura de esta meta inoportuna.
Aún no es tiempo de las uvas maduras;
ya escucharás de mi boca el frenesí que siento por hacerte mía.
Llevas el nombre de las rosas,
el perfume de las violetas, el color de las peonías,
la suavidad del azahar y el misterio del tulipán negro.
Se desprende de tu cuerpo el encanto
así como se lleva el viento el polen de las flores.
Me sacias, me agotas, me llenas, me atrapas.
Toda mi atención puesta en tu cuerpo; todas mis emociones, en tu mirada.
No tengo identidad, no tengo lágrimas; sólo un deseo anclado a tus pestañas.
Hasta que lo sepas, pronunciaré tu nombre en un silencio a gritos
y te haré el amor en carne viva, hasta que lo sepas…
Salvo que nos posea el mismo sentimiento,
nunca sabrás, mujer, que esta mujer se ha enamorado
de todos tus centímetros.
Y que el mundo no se entere; le temo a su amenazante condena,
Porque confunde al amor con las cadenas.
¿Por qué debe ser de una determinada manera?
Ahora que ya lo he pensado, ahora que ya lo he dicho
Continúo con mis tareas como si nada hubiera pasado.

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