DIGNA SENTENCIA
Se me dio por
el tema de la pena de muerte, si sí o si no, suponiendo que sí se me ocurrieron
algunas opciones para ofrecer en la vidriera a los condenados. A ver si están
de acuerdo conmigo???
Sr. Mello, así
se hacía llamar. Hombre de unos cincuentitantos cuando lo conocí, de esto ya
hace unos quince, cara grande, la frente pellejuda con tres líneas horizontales
bien profundas, cejas tupidas y muy negras igual que el bigote. Su cabeza era
un poco más grande en proporción al cuerpo que el del resto de las personas y
estaba más abultada por unos mechones duros y rebeldes que empezaban a dejar
ver algunas canas. Su gesto era terrible; la frente fruncida, los labios
apretados de tal forma que aún estando juntos se podía ver la piel húmeda del
interior. La postura del cuerpo acompañaba toda esa careta de Sr. que se ponía
cada día, uno y otro. Salía poco a la calle, como mucho lo hacía en las horas
de poco movimiento como domingos por la mañana; sino como máximo se asomaba
hasta el umbral del porche y revoleaba un poco los ojos como quien no quiere
mostrar que está observando. Pero ante la tentación de otros de mirarlo,
entraba. Salía mucho en auto, eso sí. Vidrios oscuros, lentes, bien vestido a
modo clásico y formal. Salía solo o con su esposa.
A veces lo
visitaban sus hijos con sus respectivas familias, pero casi no se los veía.
El Sr. Mello
había ganado una pulseada en un juicio. El Sr. Mello hace más de treinta años
usaba uniforme verde. Hace un tiempo le perdonaron las causas que lo habían
llevado a la silla del acusado, del que había obedecido a la autoridad, del traidor, del asesino, del ladrón de bebés. Lo habían logrado sentar en esa
silla para preguntarle cómo había hecho todas las atrocidades que hizo y que los
señores jueces pudieran ir sumando de a diez, por lo menos, los años que iba a
estar encerrado, aislado, en soledad, pagando las muertes y torturas. Pero la
balanza cayó hacia su lado, una vuelta de página en la cúpula escribió debajo
de la palabra ley y sin temblarle a nadie el pulso, que el Sr. Mello quedaba
libre de culpas y cargos; demoliendo con eso a toda una generación, al país
entero y a la humanidad. Ese día su boca se torció un poco, de un solo lado,
hacia arriba, como quien sonríe para adentro pero asegurándose que lo vieran.
Para este
tipo de personas se me ocurrió una condena; claro, si lo vuelven a buscar, lo procesan,
lo condenan a muerte. La bautizo digna
sentencia. Sería atado de los pies cabeza
abajo, sus manos atadas en la cintura; debajo de él un pozo cilíndrico de cinco
metros de profundidad. Que una mano hábil haga deslizar por una polea la soga
que lo sostiene, y aunque se retuerza a medida que va acercándose al pozo,
aunque grite y parezca que se va a escapar, seguir lentamente soltando soga.
Una vez que haya llegado al fondo con la cabeza haciendo tope y aún colgando,
ir tirándole tierra, disfrutar cómo su voz se va ahogando en el fondo del pozo.
Ya lo imagino que tose, tironea la soga, grita. Pero durará poco menos de
sesenta segundos todo el alboroto. Sólo después de cuatro o cinco minutos la
soga dejará de moverse y será el momento de ir a casa a descansar.
“Aquí
yace el Sr. Mello quien ha gozado de la digna sentencia”
Pero
el muy privilegiado murió en su casa, en su cama, rodeado de su familia, como
no hubiese debido ser, pero fue. El muy perro se fue en paz y nos dejó con la
atrocidad en la garganta. Espero que nunca más se nos escapen.
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